Esta mañana el evangelio me sorprendía cuando un nuevo detalle, en teoría conocido, se llenaba de nueva luz.
En realidad, me daba cuenta de que eso que me pasaba con el texto, me pasa también con excesiva frecuencia con las personas... a esa ya la conozco, ya sé cómo es, ya sé de qué pie cojea, ya sé por dónde van sus inquietudes... con ese ya no me la juego, ¡como si no supiera de lo que es capaz!
Una vez más una mirada corta, que se queda en el medio, en la apariencia, sin llegar a ver el corazón, lo que le mueve en su verdad más honda, lo que late deseando salir a la luz.
Y sentía que se llenaban de sentido las palabras que Pablo nos regala en sus cartas: te basta mi gracia, mi fuerza se realiza en tu debilidad (2Cor 12); llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que lo que sucede no es por nosotros mismos (2Cor 4).
Y una vez más la pregunta. ¿Qué es lo decisivo, de dónde viene o quién le envía? Y es que Él puede estar hablándonos de mil maneras en nuestro día a día a través de personas bien cercadas de las que sabemos perfectamente de dónde vienen... y a las que, precisamente por eso, las prejuzgamos o las censuramos.
Es curioso, eso también puede pasarnos con nosotras mismas... A veces conocer nuestro propio barro nos lleva a dudar de Aquél que nos envía...
Hoy el Señor me invita a confiar más, a mirar mejor, a escuchar con más apertura... para comprender que Su gracia me alcanza a través de las personas limitadas y concretas que, conscientes de quiénes son, se siguen dejando hacer por Él para convertirse en cauce de Su amor.
Muchas gracias por compartir e iluminar....¡Ojalá se nos vaya regalando Su mirada!
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