Con la Ascensión se inaugura el tiempo de madurez de nuestra vida cristiana. Tiempo en el que experimentamos que se conjugan cientos de opuestos que nos parecen tantas veces imposibles…
- Acoger y ser testigos de que ‘se va’ y sentir y confiar en que permanece. Vivir encarnadas en el mundo sin llegar a asimilarnos a él.
- Seguir viviendo con y como Él sin tenerlo físicamente a nuestro lado para preguntarle o seguirle mientras Él da el primer paso.
- Escuchar y acoger a cada persona con respeto y sinceridad sin que eso ponga en riesgo nuestra vocación e identidad.
- Ser capaces de posicionarnos y poner límite desde la mansedumbre y la no violencia.
- Denunciar e incluso condenar lo que deshumaniza a la persona y atenta contra la creación sin juzgar a las personas concretas.
- Elegir confiar, aunque la realidad sea amenazante o no vea horizonte.
- …
A veces experimentamos que la vida del cristiano adulto es como caminar en la cuerda floja. Con frecuencia escucho que lo importante es mantener el equilibrio, pero si vuelvo al evangelio, de lo que me habla una y otra vez es de derroche y desmesura.
Con Su Espíritu, en Él y con otros/as,
podremos encontrar la fuerza y la confianza que necesitamos para crecer en
madurez cristiana. Podremos abrirnos a la creatividad y arriesgarnos a vivir la
incertidumbre con menos certezas (¡sin recetas!) y más capacidad de buscar y de
dejarnos interpelar.
Caminar en la cuerda floja
implica asumir el riesgo de caer y de tener que cambiar el rumbo, estar dispuestas a pedir perdón y asumir errores, abrirnos a cambiar nuestra lógica... Y no porque seamos expertas equilibristas, sino porque confiamos en que el mismo
Espíritu nos ofrece la fuerza para volver a levantarnos, se convierte en brújula
que orienta el camino y nos regala la luz suficiente para dar el siguiente
paso.
¡Envíanos Señor tu Espíritu!
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