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Mostrando entradas de marzo, 2020

ABRAZOS

En estos días en los que estamos viviendo este ayuno de abrazos, de los que tanta necesidad tenemos, quisiera compartir algo de lo vivido en la experiencia apostólica del noviciado de la que he regresado hace unos días.  Si tuviese que quedarme con una sola palabra para condensar toda la experiencia sería “ abrazos ”.  El primer día que fui al cole, terminé el día sobrecogida por la cantidad de abrazos que había recibido de tantos niños. Me llamó mucho la atención que abrazar fuese algo tan natural en ellos. Mi sorpresa fue aún mayor, cuando iban pasando los días y las carreras para abrazarme continuaban.  Abrazar, es el gesto con el que expresan su cariño, su acogida, su alegría, su agradecimiento… Poco a poco fui descubriendo que esos abrazos son también el fruto del amor que reciben.  Este derroche de ternura de los niños, me devolvió a la raíz de mi vocación personal y me ayudó a ahondar en ella, al volver a experimentar el abrazo de Dios.  Ahondar en ese abrazo, en

'CONVERSACIÓN ESPIRITUAL'

Descalzarnos con sencillez ante la realidad del otro; abrir la mente y el corazón dejándonos cuestionar, dejándonos conmover. Permitir que la experiencia de cada persona se convierta en Palabra que espabila, que ayuda a poner nombre, que consuela, cuestiona y emociona. Dejar que los sentimientos y emociones que a veces se amontonan en nuestro interior vayan teniendo nombre y puedan ser expresados...  Poner en juego nuestras entrañas para dejar que, desde ellas, nazca un nuevo ' hágase ' que de a luz nuevamente al Señor,  que le permita encarnarse en cada realidad.  Dejar que la conversación vaya desbloqueando nuestras parálisis para poder coger las camillas en las que nos postran nuestra tristeza, nuestros desconsuelos, la sensación de impotencia, la fragilidad y los miedos... y dejar que la 'gracia' que Él sigue derrochando en nuestra debilidad, llegue a quienes más lo necesitan en forma de gestos concretos (Jn 5, 1-16).  Encontrarnos con el Otro presente en cada

SIN SABERLO...

Sin saberlo, me hago consciente de que he podido contagiar un virus que, para otros y para mí misma, puede ser mortal... y de corazón me sale pedir perdón... por mi resistencia a creer lo que otros (médicos y autoridades) me dicen, por ese orgullo que en tantos momentos reconozco en mí y me hace pensar que a mí no me va a pasar, como si mi humanidad fuera diferente de la de los demás. Y me pregunto por tantos otros 'virus' como, sin saberlo, habré propagado en mi entorno causando soledad, sufrimiento, dolor y, de alguna manera 'pequeñas enfermedades y muertes'. El virus de la indiferencia, del desprecio, de la crítica, del egoísmo...  Sí, ha sido sin querer y sin saber. Pero hoy me hago consciente de que eso no hace que el dolor, que el daño causado desaparezca.  Por eso hoy le pido al Señor y te pido a ti, que me lees, que ' me perdones hasta setenta veces siete '.  Y, como toda realidad es Misterio Pascual, le doy la vuelta a la moneda para dar

CUARENTENA...

Hasta hace unos días os confieso que cuando alguien me hablaba de 'cuarentena' yo pensaba en 'cuarenta días'. Por eso reconozco que, aunque ya me he acostumbrado, hace unos días me sorprendía al darme cuenta de que, en nuestro contexto actual, se le llama cuarentena a 'quince días'. Y hacía memoria de lo que tantas veces hemos explicado en clase. El '40' es uno de esos números simbólicos que aparece en la Biblia y que sencillamente expresa el ' tiempo necesario para que algo suceda '.  Así, los 40 años del pueblo de Israel por el desierto expresa el tiempo necesario para pasar, y no sólo físicamente, de la esclavitud a la libertad. Los 40 días de Jesús en el desierto nos hablan del tiempo necesario para darse cuenta y enfrentarse a las tentaciones que va afrontando a lo largo de toda su misión. Los 40 días de nuestra 'cuaresma', en la que actualmente estamos, es el tiempo que se nos regala para 'darnos la vuelta' y re-situ

SAL DE TU TIERRA...

Vivimos en una sociedad crispada que parece estar en continua disputa entre posturas opuestas. En medio de esa crispación, la agresividad y la descalificación continuamente inundan los medios de insultos más que de propuestas y a veces nos hacen incluso creer que la convivencia no es posible. ¿A qué nos lleva? A adentrarnos en dinámicas de competición en la que alguien gana y alguien pierde, en la que unos 'sacan pecho' con orgullo y otros se sienten humillados. Por eso ayer, cuando vi el documental de la ' Revuelta de las mujeres en la Iglesia ', sentí paz. Se puede denunciar sin agredir. Se puede reivindicar la dignidad y alzar la voz sin necesidad de humillar. Se puede disentir en la Iglesia y seguir formando parte de ella alzando la voz de manera comprometida desde dentro para ir avanzando hacia el cambio que deseamos ver.  Un cambio que reivindica que la autoridad es servicio; que el Espíritu de Dios se nos regala a todas las personas; que el cuidado y la ter