Voy a tu encuentro Señor y te toca esperarme 10 minutos más de lo habitual. Pijama, mono, mascarilla, gafas, guantes, otros guantes, calzas, capucha... Para cuando acabo es imposible saber quién soy. No me reconozco.
Pepe tampoco ha visto nada igual, y mira que ha visto cosas a sus 93 años... No tiene claro si somos los de paleolíticos (paliativos) o si hemos venido a fumigar...
Hechas las presentaciones, el EPI (lástima que ahora ya para casi todo el mundo es el Equipo de Protección Individual y no el inseparable amigo de Blas) me permite salvar los tan famosos 2 metros de seguridad. Y sin embargo nunca me he sentido tan lejos de un paciente.
Todo me estorba en este encuentro. No puedo oír bien, no siento nada bajo los guantes, se me empañan las gafas y pierdo el resuello si hablo más de un minuto seguido...
Tampoco Pepe está muy convencido con este traje. Oye regular y no me puede leer los labios para ayudarse, no sabe si pongo cara de preocupación o si sonrío, y no hay forma de transmitir calidez a través de estos guantes.
Intento acercarme con lo que me queda... el tono de mi voz (...ojalá pudieses prestarme Tu voz, esa que escuchan tus ovejas y las hace saberse a salvo y en casa allá en donde estén...) y guiñándole un ojo en un momento cómplice.
Pienso en la desescalada y me imagino el encuentro a cara descubierta, y entonces me pregunto si cuando me quite la mascarilla quedaré realmente al descubierto.
Y me contesto que no.
Que esta sensación de peso, de barreras, de dificultad para moverme, me es familiar.
Me veo tantas veces acercándome a las personas con máscaras que tapan ojeras y otras sombras interiores, con trajes que disimulan cicatrices y fragilidades, con guantes que mantienen siempre un límite claro, una pequeña separación, que me protege de la implicación (que me rima con complicación) excesiva y del dolor propio y ajeno.
Son los dos metros de seguridad que separan el dar desde lo que nos sobra, de la viuda y sus dos monedas; que separan el vivir desde el cumplir y los mínimos, del dejarlo todo y seguirte.
Quítame Tú máscaras y guantes, y ayúdame a ir al encuentro del débil desde mi debilidad.
Y así, desde las heridas compartidas, desde esa igualdad en la fragilidad, encontrarte a Ti, herido y frágil, caminando con nosotros.
Palabras resuenan con fuerza (aún cuando Epi me siga sonando más al amigo de Blas)
ResponderEliminarVivir el hoy pidiendo abrazar inseguridades y alguna que otra desdibujada certeza..
Acercarnos al otro con lo que tenemos..voz..guiños..impotencia..deseos...
¿Acercarnos, sin más, con lo que somos? "Vulnerables..."
Me sonrío al reconocernos tan del mismo barro..tan del mismo Aire..
Gracias!